La preocupación médica por la falta de deseo sexual en las mujeres es relativamente reciente. Se disparó en 1999 cuando aparecieron en la revista JAMA (Journal of the American Medical Association) datos de la encuesta de salud estadounidense, según los cuales el 43% de las mujeres adultas sufrían algún tipo de disfunción sexual, siendo la más prevalente la falta de deseo, que afectaba al 33%. Estos datos generaron gran revuelo en el mundo de la sexología, y se utilizaron para impulsar a la medicina a contemplar este tema como un problema serio de salud, a la ciencia en general a investigar con mucha más dedicación las causas de esta llamada “disfunción”, y a la farmacología a buscar posibles tratamientos.
Durante los años siguientes se habló muchísimo del tema, pero en 2008 un nuevo estudio cuestionó la supuesta gravedad del problema. El estudio PRESIDE (Prevalence of Female Sexual Problems Associated with Distress and Determinants) realizó una encuesta muy abarcativa a casi 32.000 mujeres en la que -además de preguntarles por su falta de deseo, problemas de lubricación, anorgasmia, etc.- se añadió la pregunta sobre si estos trastornos les generaban aflicción (distress). Y los resultados fueron llamativos: al añadir la pregunta sobre el distress, los porcentajes bajaron significativamente. Es decir, la cantidad de mujeres que sentía falta de deseo o excitación continuaba siendo muy alta, pero para muchas esto no significaba ningún tipo de malestar o preocupación.
La conclusión fue evidente: si bien la falta de deseo constituye un problema de salud sexual muy importante para las mujeres que no debe ser tomado como algo “normal”… también es cierto que para muchas este hecho no interfiere para nada en su bienestar.
En el extremo de esta postura se encuentra la psicóloga clínica, sexóloga y activista feminista norteamericana Leonore Tiefer, autora -entre muchos otros libros- de “El sexo no es un acto natural”. Tiefer sostiene que el concepto de disfunción sexual femenina es un constructo artificial fomentado por la industria farmacéutica y por una sociedad sexista que exige a las mujeres unos niveles de libido desmedidos. En el centro de sus ataques se encuentra la medicalización dañina de la sexualidad de las mujeres, incluyendo la búsqueda de la “pastillita rosa” (una suerte de viagra femenino para aumentar el deseo y la excitación) y la cirugía cosmética genital, tan de moda en las últimas décadas.
Así, Tiefer inició una muy activa campaña como proyecto educativo para crear un nuevo modelo de salud sexual de la mujer: “Nuestro objetivo es exponer los engaños y las consecuencias de la participación de la industria en la investigación sexual, la educación sexual profesional y los tratamientos sexuales, y generar alternativas conceptuales y prácticas al modelo médico predominante de sexualidad”.